Compartimos la homilía de nuestro obispo auxiliar, Mons. Milton Tróccoli, durante la Misa de clausura de la misión.
Con la alegría de reencontrarnos con todos ustedes en esta comunidad parroquial, también con quienes están por premera vez aquí trayendo a sus hijos, ahijados, a esta preparación al sacramento del bautismo. Una alegría también en este contexto de misión que se viene llevando adelante hace tres años en esta comunidad parroquial, aquí en Santiago Vázquez, y en las capillas de Barrio Gori, Punta Espinillo, y Cabaña Anaya, todos los lugares donde han estado presentes este grupo de misioneros, la comunidad parroquial junto a los seminaristas recorriendo, visitando, saliendo al encuentro de todos para invitarlos a compartir lo más grande que tenemos, el tesoro más importante que es la fe en Jesús. Compartimos aquello que tenemos como decía el apóstol Pedro, a aquél hombre que estaba pidiendo en la puerta del templo de Jerusalén: "no tengo oro ni plata pero lo que tengo te lo doy. En nombre de Jesús de Nazareth, levántate y anda". Y es Jesús el que sigue, a través nuestro, a través de nuestros gestos, de nuestras palabras, de nuestras miradas, de nuestro servicio sigue haciéndose presente, cercano, en este mundo de hoy.
Veía hoy temprano un programa donde preguntaban: ¿Jesús es contemporáneo nuestro, o no?, ¿está con nosotros o es sólo un personaje histórico? Alguien decían: "es alguien del pasado", "un gran hombre", "un profeta", "un filósofo", y otros decían que no, que Jesús está con nosotros hoy, y Jesús está en nosotros. Nosotros lo hacemos presente con toda nuestra vida a Jesús. Jesús se hace contemporáneo nuestro, se hace contemporáneo de todos, está con todos, no se quedó allá en el pasado, está vivo y presente hoy, y eso es lo que celebramos y actualizamos en esta eucaristía. Jesús se vuelve a hacer presente entre nosotros, en medio de sus discípulos, su comunidad y nos regala el don de su presencia, el don de la paz, el don del perdón, el don de la esperanza, el don de la fortaleza, el don de su vida, que es vida en plenitud, que es vida en abundancia. Por eso estamos hoy con alegría, celebrando esta eucaristía, y escuchamos en el evangelio, también en la primera lectura, esta situación particular. Primero el Antiguo Testamento nos describe cuál era la situación que vivía alguien con lepra o con cualquier enfermedad en la piel; en aquella época no se distinguía la enfermedad, la medicina no estaba tan avanzada como ahora; cualquier erupción en la piel era considerada como lepra, y la persona tenía que quedarse viviendo afuera de los lugares poblados, en lugares despoblados, con signos visibles en su ropa y en su presencia, diciendo que nadie podía acercarse a ellos, y encima gritando "soy impuro, soy impuro", o sea, "tengan cuidado conmigo, no se acerquen". Podemos pensar lo difícil, lo duro que era para una persona vivir en esa situación, sentirse así, de un día para otro, de repente por un problema o una enfermedad, tener que quedarse aislado de su familia, de su pueblo, de su entorno, de sus amigos y todavía iba a decirle a la gente que no se acerque, que no lo toquen, que no estén con él. Sin embargo, este hombre en esta situación, en esa soledad, en ese dolor acude a Jesús, y acude con fe, y se acerca a Jesús y le dice: "Señor, si quieres puedes limpiarme", puedes purificarme, puedes sanarme.
Cuántas veces necesitamos acercarnos a Jesús y decirle: "Señor, necesito que me cures", a veces me siento lejos por distintas cosas, me siento lejos de mi familia, de mis vecinos, lejos de gente con la que tendría que acercarme para dar un paso más, a veces me siento mal conmigo mismo, con mi propia angustia, con mis propias frustraciones, me hace sentir hasta como un extraño para mí. Entonces, nos acercamos a Jesús y le decimos "puedes purificarme, puedes limpiarme, puedes renovarme desde adentro, no sólo desde afuera, no solo la fachada sino desde adentro, y Jesús ahí yendo como superando, todas aquellas normas que había en la época de separación, de distancia, se acerca, lo toca, y dice "quiero, queda limpio, queda curado". Jesús que se acerca también a nosotros, que no toma distancia de nosotros, se acerca y nos toca, aunque nos sintamos a veces lejos de Él, impuros, poco dignos, Jesús nos toca y dice "quiero, queda limpio, te ofrezco mi amistad, te ofrezco mi cercanía, mi amor, mi misericordia, te ofrezco mi presencia cercana y amiga", y Jesús que se acerca de verdad a tocar nuestra vida, nuestro corazón, esas situaciones familiares o personales que necesitamos que sean renovadas, purificadas, que no se quede lejos de nuestra vida, sino que podamos integrarlas, vivirlas, asumirlas, transformarlas desde el amor, desde el perdón, desde la misericordia, desde la luz nueva que nos da el evangelio. Y hoy le pedimos juntos a Jesús que también nos toque, y nos purifique, sobre todo el corazón, de aquellas cosas que sentimos que nos distancian de nuestros hermanos, que nos distancian del mismo Jesús a veces. Él tiene su mano tendida para todos, para Él nadie queda lejos, tiene su mano tendida, cercana, para cada uno de nosotros.
Y a la vez, estamos culminando esta época, este tiempo de misión. La misión: ¿termina o empieza? Las dos cosas, ¿verdad? La misión continúa, sigue, termina una etapa. Es como quién dice: "bueno, yo llegué a Rivera, y se me acabó el país, se me acabó todo, pero si sigo un poco más, cruzo la calle nada más, llego a Santana y estoy en otra realidad, pero sigo adelante, se me abre un mundo nuevo, una realidad nueva. Y esto es así, es una etapa, es como una carrera de postas, se terminó este tercer año de misión, esta primera etapa, de visitar, de conocer, de encontrarse, de soñar, de proyectarse, de vivir más profundamente nuestro encuentro con Jesús y empieza otra etapa, que es la que queremos para esta parroquia y para todas las parroquias de Montevideo, que es la misión permanente, o sea, que cada comunidad se sienta sujeto de la misión; no aquello de "aquellos son los misioneros", sino que todos somos misioneros, la comunidad parroquial es sujeto de la misión, y tiene que continuar con la misión, llegar a este estado de misión permanente, es decir, que todos nos sentimos discípulos misioneros, porque discípulos de Jesús, porque seguidores de Él, también misioneros, también tenemos que comunicarlo. Y si alguien no puede salir por distintas dificultades, ¿qué puede hacer? Puede rezar por los que están visitando, por los vecinos, por las necesidades de los demás, puede invitar a otros a su casa a rezar junto con usted por los demás, a leer la Palabra de Dios, a buscar esperanza, fortaleza, consuelo, en las dificultades leer la Palabra de Dios, bueno, puede eso. Hay quien dice: "bueno, yo puedo visitar a algunos vecinos, a alguna gente", "yo puedo participar en algo más", "yo puedo ofrecerme para algún servicio", bueno, cada uno, sabe en su corazón, en su conciencia qué es lo que le toca, lo que puede. Todos somos mosioneros de distintas maneras aportando nuestros dones, nuestras capacidades, aportando lo mejor de nosotros mismos, pero todos tenemos un lugar en la misión. Nadie puede decir, "esto no me toca, esto es para otro", "esto es para el Padre Luis"; no, la misión es para todos. El Padre Luis es la cabeza, es el gran misionero, pero todos tenemos que sentirnos discípulos misioneros.
Todos, juntos y siempre, como dice el lema de nuestra arquidiócesis para la misión. Y por eso, vamos hoy entonces a pedirle al Señor que nos regale esa fuerza para toda la comunidad, que siga siendo una comunidad como lo es ahora, una comunidad que irradia luz, que irradia a Jesús, que sea capaz de acercarse a tocar aquellas dolencias, necesidades, búsquedas de cada uno de nuestros hermanos, en especial, de los que están más lejos, de los que habitualmente no vienen, no se acercan por distintos motivos, tenemos que salir al encuentro. Una comunidad viva no es la que se cierra sobre sí misma sino la que sale al encuentro.
Y bueno, la bienvenida también a todos aquellos que han venido a traer a sus hijos, a sus ahijados, para recibir el sacramento del bautismo. Qué importante, el sacramento que los integra a la comunidad de la Iglesia, que nos hace discípulos de Jesús, que nos hace hermanos, que nos hace hijos del mismo Padre, que nos integra a la familia de los hijos de Dios, y por eso recibimos estos signos, acá tenemos el cirio pascual, signo de Jesús Resucitado, Jesús que se hace contemporáneo nuestro, que está presente hoy para todos nosotros, "Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo", nos dice Jesús. El está con nosotros todos los días de nuestra vida, y en todos los momentos de nuestra vida, es el amigo fiel, que no falla, aquel que permanece con nosotros en las buenas y en las difíciles, en las buenas se alegra con nosotros, y en las difíciles nos sostiene, nos consuela, nos da su fortaleza.
Hoy vamos a pedirle a Él, entonces, al resucitado, que nos siga animando, confortanto, y que le regale a estos hermanos nuestros, a esta familia de Dios que quiere agrandarse con nuevos bautizados, que quiere hacerse más amplia, más grande, que seamos una comunidad que sepamos recibir, y que sepamos alentar a estos nuevos hijos de Dios, a estos nuevos hermanos que quieren conocer o seguir conociendo a Jesús, seguir conociendo la vida nueva que viene de su Palabra, de su amor, de su evangelio,
Que sea él, hoy el que nos renueve, el que nos impulse, siga animando a estos seminaristas que han estado compartiendo aquí estos tres años, hay dos que se quedan, ya de paso, para seguir acá la misión permanente, y otro, Mathías, que le toca cambiar, seguir la misión permanente desde otro lugar , desde otra comunidad parroquial, pero bueno, que los siga animando Jesús para que sean buenos sacerdotes, entregados, servidores del Pueblo de Dios, que sean sacerdotes según el corazón de Cristo.
Que el Señor nos renueve a todos, nos siga animando, impulsando, y siga animando esta linda comunidad para que pueda ser sal, luz, en medio de Santiago Vázquez, que pueda seguir tendiendo esas redes de encuentro, de comunicación, de construir juntos con amor, con entrega, con espíritu de verdadero servicio en el Señor. Que así sea.
Veía hoy temprano un programa donde preguntaban: ¿Jesús es contemporáneo nuestro, o no?, ¿está con nosotros o es sólo un personaje histórico? Alguien decían: "es alguien del pasado", "un gran hombre", "un profeta", "un filósofo", y otros decían que no, que Jesús está con nosotros hoy, y Jesús está en nosotros. Nosotros lo hacemos presente con toda nuestra vida a Jesús. Jesús se hace contemporáneo nuestro, se hace contemporáneo de todos, está con todos, no se quedó allá en el pasado, está vivo y presente hoy, y eso es lo que celebramos y actualizamos en esta eucaristía. Jesús se vuelve a hacer presente entre nosotros, en medio de sus discípulos, su comunidad y nos regala el don de su presencia, el don de la paz, el don del perdón, el don de la esperanza, el don de la fortaleza, el don de su vida, que es vida en plenitud, que es vida en abundancia. Por eso estamos hoy con alegría, celebrando esta eucaristía, y escuchamos en el evangelio, también en la primera lectura, esta situación particular. Primero el Antiguo Testamento nos describe cuál era la situación que vivía alguien con lepra o con cualquier enfermedad en la piel; en aquella época no se distinguía la enfermedad, la medicina no estaba tan avanzada como ahora; cualquier erupción en la piel era considerada como lepra, y la persona tenía que quedarse viviendo afuera de los lugares poblados, en lugares despoblados, con signos visibles en su ropa y en su presencia, diciendo que nadie podía acercarse a ellos, y encima gritando "soy impuro, soy impuro", o sea, "tengan cuidado conmigo, no se acerquen". Podemos pensar lo difícil, lo duro que era para una persona vivir en esa situación, sentirse así, de un día para otro, de repente por un problema o una enfermedad, tener que quedarse aislado de su familia, de su pueblo, de su entorno, de sus amigos y todavía iba a decirle a la gente que no se acerque, que no lo toquen, que no estén con él. Sin embargo, este hombre en esta situación, en esa soledad, en ese dolor acude a Jesús, y acude con fe, y se acerca a Jesús y le dice: "Señor, si quieres puedes limpiarme", puedes purificarme, puedes sanarme.
Cuántas veces necesitamos acercarnos a Jesús y decirle: "Señor, necesito que me cures", a veces me siento lejos por distintas cosas, me siento lejos de mi familia, de mis vecinos, lejos de gente con la que tendría que acercarme para dar un paso más, a veces me siento mal conmigo mismo, con mi propia angustia, con mis propias frustraciones, me hace sentir hasta como un extraño para mí. Entonces, nos acercamos a Jesús y le decimos "puedes purificarme, puedes limpiarme, puedes renovarme desde adentro, no sólo desde afuera, no solo la fachada sino desde adentro, y Jesús ahí yendo como superando, todas aquellas normas que había en la época de separación, de distancia, se acerca, lo toca, y dice "quiero, queda limpio, queda curado". Jesús que se acerca también a nosotros, que no toma distancia de nosotros, se acerca y nos toca, aunque nos sintamos a veces lejos de Él, impuros, poco dignos, Jesús nos toca y dice "quiero, queda limpio, te ofrezco mi amistad, te ofrezco mi cercanía, mi amor, mi misericordia, te ofrezco mi presencia cercana y amiga", y Jesús que se acerca de verdad a tocar nuestra vida, nuestro corazón, esas situaciones familiares o personales que necesitamos que sean renovadas, purificadas, que no se quede lejos de nuestra vida, sino que podamos integrarlas, vivirlas, asumirlas, transformarlas desde el amor, desde el perdón, desde la misericordia, desde la luz nueva que nos da el evangelio. Y hoy le pedimos juntos a Jesús que también nos toque, y nos purifique, sobre todo el corazón, de aquellas cosas que sentimos que nos distancian de nuestros hermanos, que nos distancian del mismo Jesús a veces. Él tiene su mano tendida para todos, para Él nadie queda lejos, tiene su mano tendida, cercana, para cada uno de nosotros.
Y a la vez, estamos culminando esta época, este tiempo de misión. La misión: ¿termina o empieza? Las dos cosas, ¿verdad? La misión continúa, sigue, termina una etapa. Es como quién dice: "bueno, yo llegué a Rivera, y se me acabó el país, se me acabó todo, pero si sigo un poco más, cruzo la calle nada más, llego a Santana y estoy en otra realidad, pero sigo adelante, se me abre un mundo nuevo, una realidad nueva. Y esto es así, es una etapa, es como una carrera de postas, se terminó este tercer año de misión, esta primera etapa, de visitar, de conocer, de encontrarse, de soñar, de proyectarse, de vivir más profundamente nuestro encuentro con Jesús y empieza otra etapa, que es la que queremos para esta parroquia y para todas las parroquias de Montevideo, que es la misión permanente, o sea, que cada comunidad se sienta sujeto de la misión; no aquello de "aquellos son los misioneros", sino que todos somos misioneros, la comunidad parroquial es sujeto de la misión, y tiene que continuar con la misión, llegar a este estado de misión permanente, es decir, que todos nos sentimos discípulos misioneros, porque discípulos de Jesús, porque seguidores de Él, también misioneros, también tenemos que comunicarlo. Y si alguien no puede salir por distintas dificultades, ¿qué puede hacer? Puede rezar por los que están visitando, por los vecinos, por las necesidades de los demás, puede invitar a otros a su casa a rezar junto con usted por los demás, a leer la Palabra de Dios, a buscar esperanza, fortaleza, consuelo, en las dificultades leer la Palabra de Dios, bueno, puede eso. Hay quien dice: "bueno, yo puedo visitar a algunos vecinos, a alguna gente", "yo puedo participar en algo más", "yo puedo ofrecerme para algún servicio", bueno, cada uno, sabe en su corazón, en su conciencia qué es lo que le toca, lo que puede. Todos somos mosioneros de distintas maneras aportando nuestros dones, nuestras capacidades, aportando lo mejor de nosotros mismos, pero todos tenemos un lugar en la misión. Nadie puede decir, "esto no me toca, esto es para otro", "esto es para el Padre Luis"; no, la misión es para todos. El Padre Luis es la cabeza, es el gran misionero, pero todos tenemos que sentirnos discípulos misioneros.
Todos, juntos y siempre, como dice el lema de nuestra arquidiócesis para la misión. Y por eso, vamos hoy entonces a pedirle al Señor que nos regale esa fuerza para toda la comunidad, que siga siendo una comunidad como lo es ahora, una comunidad que irradia luz, que irradia a Jesús, que sea capaz de acercarse a tocar aquellas dolencias, necesidades, búsquedas de cada uno de nuestros hermanos, en especial, de los que están más lejos, de los que habitualmente no vienen, no se acercan por distintos motivos, tenemos que salir al encuentro. Una comunidad viva no es la que se cierra sobre sí misma sino la que sale al encuentro.
Y bueno, la bienvenida también a todos aquellos que han venido a traer a sus hijos, a sus ahijados, para recibir el sacramento del bautismo. Qué importante, el sacramento que los integra a la comunidad de la Iglesia, que nos hace discípulos de Jesús, que nos hace hermanos, que nos hace hijos del mismo Padre, que nos integra a la familia de los hijos de Dios, y por eso recibimos estos signos, acá tenemos el cirio pascual, signo de Jesús Resucitado, Jesús que se hace contemporáneo nuestro, que está presente hoy para todos nosotros, "Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo", nos dice Jesús. El está con nosotros todos los días de nuestra vida, y en todos los momentos de nuestra vida, es el amigo fiel, que no falla, aquel que permanece con nosotros en las buenas y en las difíciles, en las buenas se alegra con nosotros, y en las difíciles nos sostiene, nos consuela, nos da su fortaleza.
Hoy vamos a pedirle a Él, entonces, al resucitado, que nos siga animando, confortanto, y que le regale a estos hermanos nuestros, a esta familia de Dios que quiere agrandarse con nuevos bautizados, que quiere hacerse más amplia, más grande, que seamos una comunidad que sepamos recibir, y que sepamos alentar a estos nuevos hijos de Dios, a estos nuevos hermanos que quieren conocer o seguir conociendo a Jesús, seguir conociendo la vida nueva que viene de su Palabra, de su amor, de su evangelio,
Que sea él, hoy el que nos renueve, el que nos impulse, siga animando a estos seminaristas que han estado compartiendo aquí estos tres años, hay dos que se quedan, ya de paso, para seguir acá la misión permanente, y otro, Mathías, que le toca cambiar, seguir la misión permanente desde otro lugar , desde otra comunidad parroquial, pero bueno, que los siga animando Jesús para que sean buenos sacerdotes, entregados, servidores del Pueblo de Dios, que sean sacerdotes según el corazón de Cristo.
Que el Señor nos renueve a todos, nos siga animando, impulsando, y siga animando esta linda comunidad para que pueda ser sal, luz, en medio de Santiago Vázquez, que pueda seguir tendiendo esas redes de encuentro, de comunicación, de construir juntos con amor, con entrega, con espíritu de verdadero servicio en el Señor. Que así sea.